La obra del pintor mendocino puede dividirse en dos períodos importantes; el de Buenos Aires, desde que egreso de la Academia hasta su presentación al Salón Primavera en 1939; y un segundo período, desde su traslado a Mendoza hasta sus últimos días, su época de madurez.
Las obras anteriores a 1918 pueden considerarse obras precoces y de su etapa de formación académica, cuando aún estaba bajo el influjo de Cesáreo Bernaldo de Quirós y otros maestros.
Si bien la mayoría de sus obras eran de verdadera calidad, todavía no se había definido su estilo ni desarrollado su personalidad. Se conservan aún, algunos autorretratos y retratos familiares previos a su ingreso a la Academia, naturalezas muertas que demuestran su hábil uso de la carbonilla y figuras en movimiento, que muestran expresivos y precisos trazos.
Para su valoración se puede prescindir de algunas obras, las que retoca en sus últimos años, como reiteraciones de ciertos temas paisajísticos que satisfacieron a una clientela ávida de poseer determinado motivo de Potrerillos, y aún de algunos retratos por encargo. Se impone la selección diferenciando lo auténtico y valioso, la obra lograda y consagratoria, de la obra esbozada no resuelta o concluida sin mayores pretensiones.
En 1918 terminó su especialización académica en Buenos Aires, y en las obras de de esa época se puede notar su afirmación personal.
De 1919 se puede rescatar un Autorretrato delante de una biblioteca. Dibujo y color, en armonías bajas pero ricas de matices, son de una resolución muy personal. A este autorretrato se suman otras obras tanto retratos, como paisajes, figuras populares, desnudos y naturalezas muertas, importantes logros, que conforman verdaderos antecedentes y trayectoria.
En Mendoza, Roberto Cascarini realizaría la mayor parte de su obra y es donde terminó de definir su estilo personal. Si bien las obras de Buenos Aires fueron considerados verdaderos logros, que habían merecido los elogios de la crítica, realizó un importante cambio.
Fueron varias las circunstancias que favorecieron su avance, una mayor seguridad emocional y económica, un ambiente cultural creado por la iniciación de las actividades de la Universidad y un ámbito físico nuevo, sobre todo por la luz, la atmósfera transparente y la riqueza cromática dada por las montañas que le hacen ahondar en el tema del paisaje y de la figura en su entorno natural, sin olvidar sus preferencias por el retrato y el desnudo.
El pintor vivió 95 años y prácticamente murió con el pincel en la mano. Contando algunos intentos finales, vivió 80 largos años de producción artística. Como en cualquier artista la obra jamás puede ofrecer la misma calidad a lo largo de tantos años. La obra es siempre reflejo de circunstancias personales y aún externas. Cascarini no es una excepción.
Para su valoración se puede prescindir de algunas obras, las que retoca en sus últimos años, como reiteraciones de ciertos temas paisajísticos como Potrerillos y algunos retratos por encargo. Para su análisis se impone la selección, diferenciando lo auténtico y valioso. La obra lograda y consagratoria.
Desde las primeras obras predomina la línea sobre el color, es al dibujo al que le dedica sus preferencias, dibujo preciso, de exactitud absoluta en la captación de la forma, expresivo cuando la necesidad del motivo lo requiere, alejado de la realidad discretamente cuando quiere acentuar la poesía y el encanto del tema abarcado.
El color es el que requiere su obra exenta de dramatismos, el color claro de armonías serenas, sin estridencias. Su pincelar es tal vez lo que más varía desde las primeras obras. El pincelar fundido, cuidado de sus primeras obras, se mantiene en los desnudos y en algunos rostros por su necesidad de expresión realista, pero lentamente se libera de esta sujeción para empezar a estructurar en toques netos los planos simplificados de las formas. Su composición siempre busca el equilibrio, las correspondencias y ritmos dentro de esquemas previamente meditados.
Cascarini logra la expresión de la belleza, belleza depurada sin alardes de virtuosismo, sin ímpetus de creador facilista. Su obra resume el rigor de los clásicos con un dibujo irreprochable, con un cromatismo límpido de matiz justo, con la poesía de un alma sensible y el coraje de quien eligió su destino y supo cumplirlo con honestidad en su obra como en su vida.
Blanca Romera de Zumel